Durkheim: "Las Reglas del Método Sociológico"

jueves, 20 de marzo de 2008

EMILE DURKHEIM


Las reglas del método sociológico

***

Cap. I: "Qué es un hecho social"



Antes de indagar el método que conviene al estudio de los hechos sociales, es preciso saber a qué hechos se da este nombre.

La cuestión es tanto más necesaria, en cuanto se emplea aquel calificativo sin mucha precisión; se le emplea corrientemente para designar a casi todos los fenómenos que ocurren en el interior de la sociedad, por poco que a una cierta generalidad unan algún interés social. Pero, partiendo de esta base, apenas si podríamos encontrar ningún hecho humano que no pudiera ser calificado de social. Todo individuo bebe, duerme, come, razona, y la sociedad tiene un gran interés en que estas funciones se cumplan regularmente. Si estos hechos fueran, pues, sociales, la sociología no tendría objeto propio, y su dominio se confundiría con el de la biología y el de la psicología.

Pero, en realidad, en toda sociedad existe un grupo determinado de fenómenos que se distinguen por carácteres bien definidos de aquellos que estudian las demás ciencias de la Naturaleza.

Cuando yo cumplo mi deber de hermano, de esposo o de ciudadano, cuando ejecuto las obligaciones a que me he comprometido, cumplo deberes definidos, con independencia de mí mismo y de mis actos, en el derecho y en las costumbres. Aún en los casos en que están acordes con mis sentimientos propios, y sienta interiormente su realidad, ésta no deja de ser objetiva, pues no soy yo quien los ha inventado, sino que los he recibido por la educación. ¡Cuántas veces sucede que ignoramos el detalle de las obligaciones que nos incumben, y para conocerlas tenemos necesidad de consultar el Código y sus intérpretes autorizados! De la misma manera, al nacer el creyente ha encontrado completamente formadas sus creencias y prácticas; si existían antes que él, es que tienen vida independiente. El sistema de signos de que me sirvo para expresar mi pensamiento, el sistema de monedas que uso para pagar mis deudas, los instrumentos de crédito que utilizo en mis relaciones comerciales, las prácticas seguidas de mi profesión, etc., funcionan con independencia del empleo que hago de ellos. Que se tomen uno tras otros los miembros que integran la sociedad, y lo que precede podrá afirmarse de todos ellos.

He aquí, pues, maneras de obrar, de pensar y de sentir, que presentan la importante propiedad de existir con independencia de las conciencias individuales.

Y estos tipos de conducta o de pensar no sólo son exteriores al Individuo, sino que están dotados de una fuerza imperativa y coercitiva, por la cual se le imponen, quieran o no. Sin duda, cuando me conformo con ellos de buen grado, como esta coacción no existe o pesa poco, es inútil; pero no por esto deja de constituir un carácter intrínseco de estos hechos y la prueba la tenemos en que se afirma, a partir del momento en que intentamos resistir. Si yo trato de violar las reglas del derecho, reaccionan contra mí para impedir mi acto si todavía hay tiempo, o para anularlo y restablecerlo en su forma normal si se ha realizado y es reparable, o para hacérmelo expiar si no puede ser reparado de otra manera. ¿Se trata de máximas puramente morales? La conciencia pública impide todo acto que la ofenda, por la vigilancia que ejerce sobre la conducta de los ciudadanos y las penas especiales de que dispone. En otros casos la coacción es menos violenta, pero existe. Si yo no me someto a las convenciones del mundo, si al vestirme no tengo en cuenta las costumbres seguidas en mi país y en mi clase, la risa que provoco, el aislamiento en que se me tiene, producen, aunque de una manera más atenuada, los mismos efectos que una pena propiamente tal. Además, no por ser la coacción indirecta, es menos eficaz. Yo no tengo obligación de hablar en francés con mis compatriotas, ni de emplear las monedas legales; pero me es imposible hacer otra cosa. Si intentara escapar a esta necesidad mi tentativa fracasaría miserablemente. Industrial, nada me impide trabajar con procedimientos y métodos del siglo pasado; pero si lo hago me arruinaré sin remedio. Aun cuando pueda liberarme de estas reglas y violarlas con éxito, no lo haré sin lucha. Aun cuando pueda vencerlas definitivamente, siempre hacen sentir lo suficiente su fuerza coactiva por la esistencia que oponen. Ningún innovador, por feliz que haya sido en su empresa, puede vanagloriarse de no haber encontrado obstáculos de este género.

He aquí, pues, un orden de hechos que presentan caracteres muy especiales: consisten en maneras de obrar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y que están dotadas de un poder coactivo, por el cual se le imponen. Por consiguiente, no pueden confundirse con los fenómenos orgánicos, pues consisten en representaciones y en acciones; ni con los fenómenos psíquicos, que sólo tienen vida en la conciencia individual y por ella. Constituyen, pues, una especie nueva, a que se ha de dar y reservar la calificación de (sociales). Esta calificación les conviene, pues no teniendo al individuo por sustracto, es evidente que no pueden tener otro que la sociedad, ya a la política en su integridad, ya a algunos de los grupos parciales que contiene, confesiones religiosas, escuelas políticas, literarias, corporaciones profesionales, etc. Además, podemos afirmar que sólo conviene a ellos, pues la palabra social, sólo tiene un sentido definido a condición de designar únicamente fenómenos que no entran en ninguna de las categorías de hechos constituidos y calificados. Constituyen, pues, el dominio propio de la sociología. Es verdad que la palabra coacción, con la cual los definimos, corre riesgo de asustar a los partidarios entusiastas de un individualismo absoluto. Como estos creen que el individuo es perfectamente autónomo, consideran que se aminora su valor, siempre que se intenta hacerlo depender de algo que no sea él mismo. Más siendo hoy ya incontestable que la mayoría de nuestras ideas y tendencias no son elaboradas por nosotros, sino que provienen del exterior, es evidente que sólo pueden penetrar en nosotros, por medio de la imposición: esto es cuanto significa nuestra definición. Además, es cosa sabida que toda coacción social no es necesariamente exclusiva de la personalidad individual.(1)

Sin embargo, como los ejemplos que acabamos de citar (reglas jurídicas, morales, dogmas religiosos, sistemas financieros, etc.), consisten todos en creencias y en prácticas constituidas, de lo que antecede podría deducirse que el hecho social ha de ir acompañado forzosamente de una organización definida. Pero existen otros hechos que, sin presentar estas formas cristalizadas, tienen la misma objetividad y el mismo ascendiente sobre el individuo. Nos referimos a lo que se ha llamado corrientes sociales. Por ejemplo: en una asamblea, los grandes movimientos de entusiasmo, de indignación, de piedad, que se producen, no se originan en ninguna conciencia particular. Vienen a cada uno de nosotros del exterior, y son capaces de arrastrarnos aun contra nuestro deseo. Sin duda, puede suceder que si me abandono a ellos sin reserva, yo no sienta la presión que ejercen sobre mí. Pero aparece desde el momento en que intente resistirlos. Que un Individuo trate de oponerse a una de estas manifestaciones colectivas, y los sentimientos que niega, se vuelven en su contra. Ahora bien, si esta fuerza de coerción externa se afirma con tal claridad en los casos de resistencia, es que existe, aunque inconsciente, en los casos contrarios. Entonces somos víctimas de una ilusión que nos hace creer que hemos elaborado por nosotros mismos lo que se nos impone desde fuera. Pero si la complacencia con que creemos esto, desfigura el impulso sufrido, no lo suprime . El aire tampoco deja de ser pesado, porque no sintamos su peso. Aun cuando hayamos, por nuestra parte, colaborado a la emoción común, la impresión que hemos sentido es muy diferente de la que hubiéramos experimentado de estar solos. Una vez terminada la reunión, y cesado de obrar sobre nosotros aquellas influencias sociales, al encontrarnos solos con nosotros mismos, los sentimientos por los que hemos pasado nos hacen el efecto de algo extraño en lo cual no nos reconocemos. Entonces comprendemos que los hemos sufrido mucho más de lo que en ellos hemos colaborado. Hasta pueden inspirarnos horror, por lo contrarios que son a nuestra naturaleza. Y de esta manera, individuos generalmente inofensivos, reunidos en manada, pueden dejarse arrastrar por actos de verdadera atrocidad. Ahora bien; cuanto hemos dicho de estas explosiones pasajeras, se aplica igualmente a estos movimientos de opinión, más duraderos, que se producen sin cesar a nuestro alrededor, ya en el conjunto de la sociedad, ya en círculos más limitados, sobre materias religiosas, políticas, literarias, artísticas, etc.

De otra parte, para confirmar con una experiencia característica esta definición del hecho social, basta observar la manera como son educados los niños. Cuando se miran los hechos tales como son y como siempre han sido, salta a los ojos que toda educación consiste en un esfuerzo continuo para imponer a los niños maneras de ver, de sentir y de obrar, a las cuales no habrían llegado espontáneamente. Desde los primeros momentos de su vida les obligamos a comer, a beber, a dormir en horas regulares, a la limpieza, al sosiego, a la obediencia; más tarde les hacemos fuerza para que tengan en cuenta a los demás, para que respeten los usos, conveniencias; les coaccionamos para que trabajen, etcétera. Si con el tiempo dejan de sentir esta coacción, es que poco a poco origina hábitos y tendencias internas que la hacen inútil, pero que sólo la reemplazan porque derivan de ella. Es verdad que, según Spencer, una educación racional debería reprobar tales procedimientos y dejar en completa libertad al niño; pero como esta teoría pedagógica no ha sido practicada por ningún pueblo conocido, sólo constituye un desiderátum personal, no un hecho que pueda oponerse a los hechos que preceden. Lo que hace a estos últimos particularmente instructivos, es el tener la educación precisamente por objeto el constituir al ser social; en ella se puede ver, como en resumen, la manera como en la historia se ha constituido este ser. Esta presión de todos los momentos que sufre el niño es la presión misma del medio social que tiende a moldearlo a su imagen y del cual los padres y los maestros no son más que los representantes y los intermediarios.

No es su generalidad lo que puede servirnos para caracterizar los fenómenos sociales. Un pensamiento que se encuentre en todas las conciencias particulares, un movimiento que repitan todos los individuos, no son, por esto, hechos sociales. Si para definirlos se contenta el sociólogo con este carácter, es que, equivocadamente, los confunde con lo que podríamos llamar sus encarnaciones individuales. Lo que los constituye son las creencias, las tendencias, las prácticas del grupo tomado colectivamente; en cuanto a las formas que revisten los estados colectivos al refractarse en los individuos, son cosas de otra especie. Lo que demuestra categóricamente esta dualidad de naturaleza es que estos dos órdenes de hechos se presentan muchas veces disasociados. En efecto: algunas de estas maneras de obrar y de pensar adquieren, por la repetición, una especie de consistencia que, por decirlo así, los precipita y los aisla de los hechos particulares que los reflejan. De esta manera afectan un cuerpo y una forma sensible que les es propio, y constituyen una realidad sui géneris muy distinta de los hechos Individuales que las manifiestan. El hábito colectivo no existe sólo en estado de inmanencia en los actos sucesivos que determina, sino que, por un privilegio sin par en el reino biológico, se expresa una vez para siempre en una fórmula que se repite de boca en boca, se transmite por la educación y hasta se fija por escrito. Tal es el origen de las reglas jurídicas, morales, de los aforismos y dichos populares, de los artículos de fe, en donde las sectas religiosas y políticas condensan sus creencias, de los códigos de lo bello que erigen las escuelas literarias. Ninguna de ellas se encuentran por completo en las aplicaciones que hacen las particulares, pues hasta pueden existir sin ser actualmente aplicadas.

Sin duda esta disociación no se presenta siempre con la misma claridad. Pero basta con que exista de una manera incontestable en los importantes y numerosos casos que acabamos de recordar, para demostrar que el hecho social es distinto de sus repercusiones individuales. Además, aun cuando no se presente inmediatamente a la observación, puédese ésta realizar mediante ciertos artificios de método: hasta es necesario proceder a esta operación si se quiere separar el hecho social de toda mescolanza, para observarlo de esta manera en estado de pureza. Y de esta manera, existen ciertas corrientes de opinión que nos empujan con una desigual intensidad, según los tiempos y los países, una, por ejemplo, hacia el matrimonio, otra, al suicidio o a una natalidad más o menos fuerte. Y todo esto son evidentemente hechos sociales. A la primera impresión parecen inseparables de las formas que toman en los casos particulares; pero la estadística nos proporciona medios para aislarlos. En efecto; no sin exactitud están figurados por el tanto por ciento de la natalidad, de los matrimonios, de los suicidios, es decir, por el número que se obtiene dividiendo el total medio anual de los matrimonios, de los nacimientos, de las muertes voluntarias por los hombres en edad de casarse, de procrear, de suicidarse.(2) Y esto porque como cada una de estas cifras comprende todos los casos particulares indistintamente, las circunstancias individuales que pueden tener cierta influencia en la producción del fenómeno se neutralizan mutuamente y, por consiguiente, no contribuyen a su determinación. Lo que expresan es un determinado estado del alma colectiva.

He aquí lo que son los fenómenos sociales una vez que se los ha desembarazado de todo elemento extraño. En cuanto a sus manifestaciones privadas, podemos afirmar que tienen algo de social, pues reproducen en parte un modelo colectivo; pero cada una de ellas depende también, y en mucho, de la constitución orgánico-psíquica del individuo, de las circunstancias particulares en que está colocado. Estas manifestaciones no son, pues, fenómenos propiamente sociológicos. Pertenecen a la vez a dos reinos: se las podría llamar socio-psíquicas. Interesan al sociólogo, sin constituir la materia inmediata de la sociología. En el interior del organismo se encuentran también fenómenos de naturaleza mixta que estudian las ciencias mixtas, como la química biológica.

Pero, se dirá:un fenómeno sólo puede ser colectivo a condición de ser común a todos los miembros de la sociedad o, por lo menos, a la mayoría de ellos, y, por consiguiente, si es general. Sin duda, pero si es general, se debe a que es colectivo (es decir, más o menos obligatorio), bien lejos de ser colectivo porque es general. Es un estado del grupo que se repite en los individuos porque se les impone. Existe en cada parte porque está en todo, lejos de que esté en el todo porque está en las partes. Esto es lo que es especialmente evidente de estas creencias y de estas prácticas, que las generaciones anteriores nos han transmitido completamente formadas; las recibimos y las adoptamos, porque siendo a la vez una obra colectiva y una obra secular, están investidas de una autoridad particular que la educación nos ha enseñado a reconocer y a respetar. ahora bien; hay que notar que la inmensa mayoría de los fenómenos sociales llegan a nosotros por este camino. Aun cuando el hecho social sea debido en parte a nuestra colaboración directa, no por esto cambia de naturaleza. Un sentimiento colectivo que se manifiesta en una asamblea, no expresa solamente lo que había de común entre todos los sentimientos individuales, sino que representa algo completamente distinto, como ya hemos demostrado. Es una resultante de la vida común, un producto de las acciones y reacciones que se desarrollan entre las conciencias individuales; si resuena en cada una de ellas, es en virtud de la energía especial que debe precisamente a su origen colectivo. Si todos los corazones vibran al unísono, no es a consecuencia de una concordancia espontánea y preesta-blecida, sino porque una misma fuerza los mueve en el mismo sentido. Cada uno es arrastrado por todos.

Llegamos, pues, a representarnos de una manera precisa el dominio de la sociología. Este dominio comprende solamente un grupo determinado de fenómenos. Un hecho social se reconoce en el poder de coerción externa que ejerce o es susceptible de ejercer sobre los individuos; y la presencia de este poder se reconoce a su vez, ya por la existencia de alguna sanción determinada, ya por la resistencia que el hecho opone a toda empresa individual que tienda a violarla. Sin embargo también se lo puede definir por la difusión que presenta en el interior del grupo, con tal que, teniendo en cuenta las precedentes observaciones, se tenga cuidado de añadir, como segunda especial característica, que existe con independencia de las formas individuales que toma al confundirse. En algunos casos, este último criterio hasta es de una aplicación más sencilla que el anterior. En efecto; la coacción es fácil de constatar cuando se traduce al exterior por alguna reacción directa de la sociedad, como sucede, por ejemplo, con el derecho, con la moral, con las creencias, con los usos y hasta con las modas.

Pero cuando esta coacción es indirecta, como, por ejemplo, la que ejerce una organización económica, no se percibe siempre con la necesaria claridad. La generalidad, combinada con la objetividad, pueden entonces ser más fáciles de establecer. De otra parte, esta segunda definición no es más que la primera en una forma distinta; pues si una manera de obrar, que tiene vida fuera de las conciencias individuales se generaliza, sólo puede hacerlo imponiéndose .(3)

Sin embargo, se nos podría argüir: ¿es esta definición completa? En efecto; los hechos que nos han servido de base son todos maneras de hacer; son de orden fisiológico. Ahora bien; existen también maneras de ser colectivas; es decir hechos sociales de orden anatómico y morfológico. La sociología no puede desinteresarse de lo que concierne al sustracto de la vida colectiva. Y sin embargo, el número y naturaleza de las partes elementales de que está compuesta la sociedad, la manera de estar dispuestas; el grado de coalescencia que han alcanzado, la distribución de la población por el territorio, el número y naturaleza de las vías de comunicación, la forma de las habitaciones, etcétera, no parecen al primer examen poder reducirse a maneras de obrar, o de sentir, o de pensar.

Pero estos diversos fenómenos presentan, desde luego, la misma característica que nos ha servido para definir a los demás. Estas maneras de ser se imponen al individuo de la misma suerte que la maneras de hacer de que hemos hablado. En efecto; cuando se quiere conocer el modo como están combinadas estas divisiones, la fusión más o menos completa que existe entre ellas, no se puede obtener ningún resultado mediante una inspección material o por inspecciones geográficas; y esto porque aquellas divisiones son morales, aun cuando tengan alguna base en la naturaleza física.

Esta organización solamente puede estudiarse con el auxilio del derecho público, pues es este derecho el que la determina, de la misma manera que determina nuestras relaciones domésticas y cívicas. Ella es pues, igualmente obligatoria. Si la población se amontona en nuestras ciudades en lugar de distribuirse por el campo, es señal de que existe una corriente de opinión, un impulso colectivo, que impone a los individuos esta concentración. La libertad que tenemos para elegir nuestros vestidos, no es superior a la que tenemos para escoger la forma de nuestras casas; tan obligatoria es una cosa como la otra. Las vías de comunicación determinan de una manera imperiosa el sentido de las emigraciones interiores y de los cambios, y hasta la intensidad de estos cambios y emigraciones, etc. Por consiguiente, todo lo más, a la lista de los fenómenos que hemos enumerado, como presentando el signo distintivo del hecho social, podríamos añadir una categoría más; pero como esta enumeración no podría ser rigurosamente exhaustiva, la adición no será indispensable.

Y ni siquiera sería útil, pues estas maneras de ser no son más que maneras de hacer consolidadas. La estructura política de una sociedad no es más que la manera cómo los distintos segmentos que la componen han tomado la costumbre de vivir entre sí. Si sus relaciones son tradicionalmente estrechas, los segmentos tienden a confundirse; en el caso contrario, a distinguirse. El tipo de habitación que se nos impone, no es más que el resultado de la manera como se han acostumbrado a construir las casas, los que viven a nuestro alrededor, y en parte, las generaciones anteriores. Las vías de comunicación no son más que el cauce que se ha abierto a sí misma —al marchar en el mismo sentido— la corriente regular de los cambios y de las emigraciones, etc. Sin duda, si los fenómenos de orden morfológico fueran los únicos que presentasen esta fijeza, se podría creer que constituyen una especie aparte. Pero una regla jurídica es una coordinación tan permanente como un tipo de arquitectura, y sin embargo, es un hecho fisiológico. Una simple máxima moral es, a buen seguro, más maleable, pero presenta formas más rígidas que una sencilla costumbre profesional o que una moda. Existen, pues, toda una gama de matices que, sin solución de continuidad enlazan los hechos de estructura más caracterizada con estas corrientes libres de la vida social que todavía no se han moldeado definitivamente. Entre ellos no existen más que diferencias en el grado de consolidación que presentan. Unos y otras no son otra cosa que la vida más o menos cristalizada. Sin duda, puede existir algún interés para reservar el nombre de morfológicos a los hechos sociales que hagan referencia al sustracto social, pero en este caso no se ha de perder de vista que son de la misma naturaleza que los demás. Nuestra definición comprenderá todo lo definido, si decimos: Hecho social es toda manera de hacer, fijada o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción exterior; o bien: Que es general en el conjunto de una sociedad, conservando una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales.(4)



NOTAS

1- Los suicidios se producen con distinta frecuencia según la edad que se tenga y según la época en que se viva.

2- Pero un estado individual no deja de ser individual por el hecho de que rebote en otros. Además cabe preguntarse si la palabra imitación es realmente la adecuada para designar una propagación debida a una influencia coercitiva. Esta expresión se utiliza para denominar, de forma imprecisa, fenomenos muy diversos y que seria preciso diferencias.

3- Por lo dicho se comprende la distancia que media entre esta definición del hecho social y aquella otra que sirve de base al ingenioso sistema de Tarde. En primer lugar, debemos declarar que nuestras investigaciones no nos han hecho descubrir, en ninguna parte, aquella influencia preponderante que Tarde atribuye a la imitación, en la génesis de los hechos colectivos. Además, de la definición precedente —que no es una teoría, sino un simple resumen de los datos inmediatos de la observación—, parece resultar que la imitación no sólo no expresa siempre, sino que no expresa nunca lo que hay de esencial y de característico en el hecho social. Sin duda, todo hecho social es ilimitado, y como acabamos de ver, tiene una tendencia a generalizarse; pero esto es porque es social es decir, obligatorio. Su fuerza de expansión no es la causa, sino la consecuencia de su carácter sociológico. Si los hechos sociales fueran los únicos en producir esta consecuencia, la imitación podría servir si no para explicarlos, por lo menos para definirlos. Pero un estado individual que se repite no deja por esto de ser individual. Además habría necesidad de aclarar si la palabra imitación es la más conveniente para designar una propagación debida a una influencia coercitiva.


Bajo esta única expresión se confunden fenómenos muy diferentes, que sería preciso distinguir.

4- Este estrecho parentesco entre la vida y la estructura, del órgano y de la función, puede establecerse fácilmente en la sociología, porque entre estos dos términos extremos, existe toda una serie de intermediarios. Inmediatamente observables que muestran su lazo de unión. La biología no posee este recurso. Pero hay derecho para creer que las inducciones sobre este punto de la primera de estas ciencias, son aplicables a la otra, y que tanto en los organismos como en las sociedades, sólo existe entre estos dos órdenes de hecho, diferencias de grado.

Breve Introducción a la Sociología Clásica (II)

2. El orígen de la sociología


La sociología es un producto decimonónico. Aparece ligada a una situación de crisis social apremiante. Cita Portantiero a Durkheim:

“¿Qué significa el desarrollo de la Sociología? ¿De qué proviene que sintamos la necesidad de aplicar la reflexión a las cosa sociales, sino de que nuestro estado social es anormal, de que la organización colectiva es bamboleante, no funciona ya con la autoridad del instinto, puesto que esto es lo que exige la reflexión científica y su extensión a un nuevo orden de cosas?.”
[1]

Su respuesta será la de una ciencia que aspira a controlar el cuerpo social proponiendo reformas interesadas en garantizar el funcionamiento del orden constituido y conservar el status quo.

Portantiero sugiere que en este sentido, el origen de la sociología logra diferenciarse de la ciencia política y la economía. Entiéndase, sus objetivos, vistos a la luz de los tiempos a los que se corresponden, son similares. Como él mismo dice, tanto la ciencia política como la economía “construían teorías específicas que generalizaban, en el plano del pensamiento, las relaciones sociales históricamente necesarias al desenvolvimiento del capitalismo. Complementaban en esta forma los avances de las ciencias naturales contribuyendo a la secularización del mundo, a la proyección del hombre burgués, al plano de dueño y no de esclavo de la naturaleza y de la sociedad.”
[2]

Lo que el autor quiere decir, empero, es que teniendo en cuenta el compromiso histórico de la sociología, podemos afirmar, que su misión inicial fue la de conservar y profundizar un maduro nuevo orden en el que “se han generalizado ya las relaciones de mercado y el liberalismo representativo” y en el que nuevos conflictos -producto del industrialismo-, radicalmente distintos a los del pasado, aparecen “al interior de la flamante sociedad”.
[3] En pocas palabras, la crisis social y política que la Revolución Industrial genera, en cuanto transformación económica, es el estímulo para la aparición del pensamiento sociológico.

Al momento de dar respuestas a la inédita crisis social, dos vertientes antitéticas harán sus mayores esfuerzos: el socialismo y la sociología clásica. Es pertinente aclarar que –como dicen Zeitlin
[4] y Portantiero[5]-, la sociología clásica nace de un doble debate: primero con el pensamiento del S. XVIII, y luego, en su madurez, con Karl Marx.

Desde el fondo de los fundamentos de la teoría sociológica, el desarrollo del capitalismo y del liberalismo arrasó con la identidad entre las esferas pública y privada y, en un mismo movimiento, con la aparente armonía de un orden social integrado. La sociología se aferrará a esta consideración posrevolucionaria y heredará, en gran parte, la panorámica apocalíptica de la reacción romántico-conservadora. Este será el punto de partida para la ansiada reconstrucción del orden social.

Se esclarece, entonces, la función de la sociología –en el contexto de su surgimiento- en cuanto ideología del orden, ligada inseparablemente a los intereses de la clase dominante. Siguiendo esta interpretación, es fundamental esta condición para constituirse en la primer sistematización y posibilidad de considerar como objeto de conocimiento a la sociedad, en el marco de la ciencia empírica.

Para quienes serán los primeros proponentes de la sociología clásica, la magnitud y naturaleza de los problemas del secularizado cuerpo autónomo llamado sociedad, sobrepasan las capacidades explicativas de la filosofía política o las doctrinas jurídicas. Había “llegado la hora de indagar las leyes científicas de la evolución social y de instrumentar técnicas adecuadas para el ajuste de los conflictos que recorren Europa.”
[6]

La ciencia social se constituirá en ciencia positiva a imagen de las ciencias naturales, adoptando una idéntica actitud metodológica.

Saint-Simon (1760-1825) compara a la sociedad con el modelo de organismo. En su análisis habrá una anatomía –estudio de sus partes- y una fisiología –análisis de su funcionamiento. Este positivismo encontrará su método en la biología: Durkheim (1858-1917) adaptará el modelo que Claude Bernard delineara en su Introducción al estudio de la medicina experimental (1865) al momento de escribir Las reglas del método sociológico (1895); en forma análoga, los philosophees del iluminismo construyeron su ideal de explicación y comprensión según el modelo de la física newtoniana. Sin embargo, el diálogo negativismo iluminista - positivismo merece párrafo aparte.

Siguiendo las consideraciones de la escuela positiva, los procesos de cambio deben estar complicados en el mismo orden social. La tarea de la sociología será desentrañar las leyes que gobiernan ese orden y corregir sus eventuales desviaciones.

En palabras de Portantiero: “...Con esta carga ideológica nace la sociología clásica. En la medida que busca incorporar a la ciencia el estudio de los hechos sociales por vía del modelo organicista, desnuda su carácter conservador. Este rasgo incluye a todos sus portavoces, aunque existan ecuaciones personales o culturales que diferencien a cada uno. Entre esas diferencias culturales importantes –porque marcarán derroteros distintos dentro de una misma preocupación global- están las que separan a la tradición ideológica alemana de la francesa. Max Weber será la culminación de la primera, y Émile Durkheim de la segunda. Y aunque ese diferente condicionamiento cultural hace diferir sus puntos de partida, sus preocupaciones últimas –como lúcidamente lo advirtiera Talcott Parsons, el teórico mayor de la sociología burguesa en este siglo- se integrarán.”
[7]


[1] Citado en: Portantiero, J. C., op. cit., pág. 7
[2] Portantiero, J. C., op. cit., pág. 10
[3] Portantiero, J. C., Ibíd..
[4] Cfr., Zeitlin, I., op. cit., pág. 9
[5] Portantiero, J. C., op. cit., pág. 14
[6] Portantiero, J. C., op. cit., pág. 11
[7] Portantiero, J. C., op. cit., pág. 13


Durkheim: Las Reglas del Método Sociológico

Capítulo 1

Breve Introducción a la Sociología Clásica (I)

miércoles, 19 de marzo de 2008

Breve Introducción a la Sociología Clásica: del Iluminismo a Weber.

El propósito del siguiente trabajo será comentar las consideraciones de J. C. Portantiero acerca de la génesis de la sociología y el desarrollo de sus posturas teóricas, siguiendo como guía la intepretación de Irving Zeitlin.
Periódicamente serán subidos al blog los capítulos que este breve trabajo implique. En líneas generales, comenzaremos por una reseña muy breve acerca del desarrollo del pensamiento social, para luego desembocar en el surgimiento de la sociología como ciencia empírica. Se desarrollará el derrotero que lleve a cabo el Iluminismo. Más adelante veremos a los autores de la reacción romántico conservadora, su influencia en la conformación de la sociología clásica y el debate negativismo-positivismo. Saint-Simon y Comte, nos ocuparán después. Tras esto, comentaremos la obra de Durkheim y Weber, y su diálogo y debate con Marx, lo que nos ayudará a delinear la propuesta del socialismo en el contexto de la sociología clásica.


Procedencia: Argentina.
Apellido y nombre del autor: Ahmed, Alejandro.
Institución a la que pertence: UBA.
Carrera: Ciencia Política
Contexto de la producción del trabajo: trabajo libre.
Resumen: comentario y desarrollo.


INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA CLÁSICA
Notas al estudio de Juan Carlos Portantiero (1978) y aportes de Irving Zeitlin (1968)*



1. Breve reseña del proceso histórico y constitutivo del pensamiento social moderno y génesis de la ciencia social.


El pensamiento social y político sufre convulsiones. El medioevo comienza a cerrar sus puertas. Ha llegado el Renacimiento, y con él, el conflicto adquiere un renovado status crítico en las consciencias que piensan al Hombre. La realidad social solicita al pensamiento nuevas claves para comprender un orden que decae; para componer la fractura que infringe la propia realidad social al cuerpo teórico, que los propios elementos del medioevo comienzan a llevar al extremo hasta hacer estallar los límites del conjunto que los contienen. Es el preludio de la modernidad.

Con el surgimiento de las ciudades-estado europeas (principalmente, las que podríamos llamar italianas), los problemas de la organización del poder y del alcance de la autoridad política pasan a primer plano. La paulatina modernización de los estados y, por consiguiente, el proceso de centralización del poder político reclama respuestas. El pensamiento político hará lo posible por darlas...y sufrirá las consecuencias. Habrá un precursor: Nicolás Maquiavelo, el hombre que llamará a liberar la reflexión política del dogma teológico. En 1513, su afán militante por la unión de los fraccionados estados italianos bajo un régimen republicano, la mala fortuna de Boscoli, y el poder de los Medici lo llevarán a la cárcel y a la tortura. Ese mismo año comenzará a redactar El Príncipe.

Por su lado, la Reforma Protestante asestará un duro golpe que, al servir a los intereses de los príncipes de Europa central, permitirá poner en tela de juicio los alcances de la soberanía del poder teológico y la incipiente autonomía y preeminencia del poder político por sobre el espiritual.

Más de medio siglo y medio antes y en la misma tierra que Maquiavelo, Dante escribía en su De la monarquía “...fue necesario que el hombre tuviera una doble dirección en vista del doble fin: a saber, la del Sumo Pontífice, que según la verdad revelada, lleve al género a la vida eterna; y la del Emperador, que según las enseñanzas filosóficas, conduzca al género humano hacia la felicidad temporal.”[1] Este otro Florentino, lectura obligada de Maquiavelo, había sido condenado al exilio perpetuo años antes de redactar estas líneas en la católica península itálica.

Pero en cambio, Lutero ligará su nombre a una religión y, con ello, a la Historia. Cioran dice: “si quieres dejar un nombre, antes lígalo a una iglesia que a un imperio”.[2] El sacerdote tuvo la astucia y la fortuna de su lado…y a la nobleza cristiana de la nación alemana. Tras su decepción con el conciliarismo, la dependencia de la autoridad secular y de las instituciones políticas del gobernante para realizar su ansiada Reforma, se hizo absoluta. Los poderes seculares asumieron, irrevocablemente, el lugar que les había sido cedido o reconocido. Será por esto, que su nombre será asociado a la secularización del poder político y al fortalecimiento de la autoridad estatal.

El siglo XVI, siglo signado por las guerras de religión y el surgimiento del capitalismo más incipiente, nos deja el legado contractualista y entre sus figuras, el hermano más ilustre del miedo: Thomas Hobbes. Antes, el humanismo había dejado su huella; Utopos había conquistado y transformado la península en isla.[3] Se escucha que la razón puede llevar a la humanidad a la libertad si es que se la utiliza como medida crítica de las instituciones sociales. El orden político ya es artificio del hombre; el estado de naturaleza ya no es la realización de la buena sociedad donde el hombre puede realizar su esencia: el derecho natural antiguo-cristiano ha perdido su vigencia. Con Hobbes, y luego con Spinoza, el hombre no sólo no es bueno ni malo por naturaleza, no sólo siquiera es racional, mucho menos político; es ilimitado. En el derecho natural moderno, el estado de naturaleza es teóricamente anterior al Estado y al derecho social (dimensión en la que aparecen las limitaciones a la potencialidad de la imprevisible acción humana). Aquí tenemos una clave: con el estado moderno, aparece la previsibilidad, deudora de las condiciones que aseguran el cálculo y la industria, la ciencia y el comercio.

La ciencia política será el primer movimiento hacia la incursión a la ciencia social.

El segundo movimiento corresponde a la economía política. Petty (1623), Smith (1723), y Ricardo (1772) serán al pensamiento económico lo que Hobbes, Locke y Montesquieu a la reflexión sobre la relación entre la sociedad y el poder. El movimiento económico, tendrá sus propias etapas de madurez al ritmo del desarrollo de las sociedades que examina: en un principio se inclinará ante los problemas del cambio, de la circulación; más tarde, especialmente durante el S. XVIII, la atención se dirigirá a la producción. Comienza la Revolución Industrial.
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* Los textos citados son La Sociología Clásica: Durkheim y Weber (estudio preliminar) de J. C. Portantiero, Editorial de América Latina, Buenos Aires, 2004, e Ideología y Teoría Sociológica de Irving Zeitlin, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2001.
[1] Alighieri, D., De la Monarquía, L. III, C. XVI, pág. 128, Losada, Buenos Aires, 2004.
[2] Cioran, E., Escuela del Tirano en Historia y Utopía, Tusquets, Barcelona, 2005.
[3] Moro, T., Utopía, L. II, pág. 116, Losada, Buenos Aires, 2005.

Tercer Circular Jornadas de Filosofía Política en Bahía Blanca

viernes, 7 de marzo de 2008

Primeras Jornadas de Filosofía Política:
democracia, tolerancia, libertad

17, 18 y 19 de abril de 2008
Bahía Blanca, Argentina


Comité Académico: Marcelo Auday (UNS), Atilio Borón (UBA/Clacso), Diana Maffía (UBA/Inst. H. Arendt), Miguel Rossi (UBA/Conicet), Tomás Varnagy (UBA).

Áreas temáticas:
  • Política antigua y medieval
  • Libertad: economía, política, derecho
  • Tolerancia, multiculturalismo, discriminación. Derechos humanos
  • Democracia: regímenes, instituciones, conceptos y discusiones actuales
  • Sociedad: violencia, grupos minoritarios, diversidad
  • Problemas metodológicos de la investigación



Ponencias: Fecha límite para la recepción de los resúmenes (max. 200 palabras): 22 de marzo de 2008. Deberá constar: nombre del autor o autores, título de la comunicación, centro o institución, dirección postal y de correo electrónico.


Mesas especiales: Las propuestas podrán remitirse al comité organizador antes del 8 de marzo de 2008. Deberá figurar: nombre e institución de la persona responsable, título de la mesa y resumen (máx. 200 palabras), nombre e institución de pertenencia de los participantes.


Dirección electrónica: jornadas.filopol@gmail.com


Las inscripciones podrán abonarse:


- Antes del 20 de marzo de 2008: $ 80. Mediante un depósito en el Banco de la Provincia de Buenos Aires, cuenta corriente en pesos: Nº 1368/0. CUIT: 30-66417781-8. CBU: 01404603-01620700136804. Deberá enviarse una copia del número de depósito a: funs@uns.edu.ar o al fax: 0291-4562499.


- O en el momento de la acreditación: $ 100


Estudiantes acreditados: no pagan arancel


Asistentes graduados: $ 20 (en el momento de la acreditación)


Invitados especiales: Mario Portela (UNMdP), Miguel Ángel Rossi (Conicet/UBA), Ricardo Maliandi (Conicet/UNMdP), Tomás Várnagy (UBA), Diana Maffía (UBA/Inst. H. Arendt)
Venta de libros: se invita a los participantes que estén interesados en vender libros de su autoría a acercarlos al Comité Organizador en el momento de la inscripción.


Organiza:

Departamento de Humanidades de la UNS
Auspicia Revista de Cultura PHIDeclarado de interés municipal (Municipalidad de Bahía Blanca)

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